23 de agosto de 2006

Vacaciones

Pasar los días entre cortados y cañas da para reflexionar sobre el mundo. A veces yo sólo, a veces con los clientes del bar. Y es que los abuelos del bar donde trabajo, seguramente los de todos los bares, son capaces de discutir sobre casi cualquier cosa; lo mismo da que sea sobre la última resolución de las naciones unidas con respecto al ataque contra el líbano, que de fútbol, mujeres o la carrera aeroespacial de la nasa. Cualquiera de ellos, como dice el sargento, se cree capaz de arreglar el mundo en dos días. Es una pena que estén ocupados tomando vino. He vuelto al curro por verano, en lugar de por navidad, donde me esperaban casi los mismos del año pasado; alguno de los cuales comentó que había vuelto el niño prodigio, nada más lejos de la realidad. ¿Prodigio? Si, pero…¿Niño? Estas son mis vacaciones. Mientras los guiris invaden las costas mediterráneas y los urbanitas pagan cien la noche por irse al campo yo me refugio en “El Dorado” al fresquito del aire acondicionado y sin tener que pelearme para poner la sombrilla. Para los nuevos lectores (uno o dos), El Dorado es un salón de tragaperras de Barbastro, donde ya trabajé el año pasado y el sargento es uno de mis compañeros en él. Me contratan en el verano para suplir las vacaciones de los empleados habituales, así que cuando vuelven me suelen traer un souvenir, una pulsera de Punta Cana, una francesa… Alguna vez pienso en trabajar durante el año y pegarme luego un verano de piscina y fiestas, pero ahora mismo soy incapaz de imaginarme mejores vacaciones que las que estoy disfrutando. La gente no sabe veranear. Mi día a día compite de sobra con un crucero o incluso con uno de esos carísimos viajes a la luna. De hecho, yo viajo a la luna con escuchar a cualquier cliente que venga. Es lo que tiene disfrutar con tu trabajo, ¿Quién no es feliz en la barra de un bar? A esto debemos sumarle el placer de ver como la peor gentuza de la ciudad entra con el dinero que ganan con chanchullos o le quitan a sus mujeres o recortan de la educación de sus hijos. Entonces nosotros se lo quitamos a ellos. Somos los encargados de hacer cumplir el ojo por ojo. Por eso cada vez que veo a uno de esos idiotas marcharse con la cabeza agachada, sonrío. Me encanta el olor a tragaperras por la mañana, ¡Huele a victoria!

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