Quizá retroceda el amanecer
y se atrincheren las buenas costumbres,
y permanezcan apagadas las luces de los bares,
y encendidas las velas que mueven el barco del destino.
Y canten de nuevo las sirenas de los mares,
y sobrevivan los besos clandestinos
en los portales barbastrenses, a la lumbre
del quiero querer.
Y me rescate del naufragio tu mirada
y se incendie la aurora en las playas del sur,
y se arrepienta el verdugo reloj
de hacernos variar el rumbo del navío.
Y nos guíe la estrella de la madrugada
hasta el corazón de una ballena azul
y veamos tierra y achiquemos el frío
que nos impide cruzar el charco que hay entre los dos.
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