8 de diciembre de 2005

Reflexiones

La universidad, y concretamente las clases de álgebra de Ana dan para mucho. Incluso para pensar. La profesora tenía uno de sus típicos malos días en los que trata el temario a toda velocidad sin la menor intención de explicar nada. Pero claro, es Ana. Cualquiera se atreve a decirle que no…que no nos hemos enterado de nada. Estaba sentado en primera fila (una parte de mí se ha vuelto un empollón). Veía pasar por delante de mi vista todo tipo de operaciones incomprensibles. Matrices, números, incógnitas y ecuaciones pasaban por delante de mí como coches mientras esperas que el semáforo se ponga de color verde. Y fue en ese momento, mientras me mareaba y miraba fijamente los apuntes, que perdí la noción del tiempo. Los minutos que duraban la demostración de cada teorema resultaban horas a mi cerebro. Formulé entonces una teoría hacia mis adentros: Quizá hace ya algún tiempo, o quizá hace escasos segundos; pero debí haber muerto ya. Un accidente de coche, el hundimiento de mi piso (no sería nada raro) o problemas respiratorios mientras dormía placidamente. Yo había muerto, y no debía haber sido del todo bueno porque había sido llevado a mi propio infierno particular donde pasaría el resto de mis días. Estaba en estas reflexiones cuando por fin llegó el descanso y desperté de mi letargo como un condenado a muerte al que acaban de indultar. Salí de la clase y me sentí afortunado. Se me ocurrió pensar en todas aquellas personas que no tienen descanso, en aquellas que viajaron al infierno sin billete de vuelta y que pasarán allí su vida entera. Cualquier cosa puede ser un infierno hoy día: un marido con la mano demasiado larga, un trabajo explotador,… Pero hay que intentar escapar. No sabemos si el descanso será mejor o peor que el infierno del que salíamos, pero merece la pena intentarlo. Y, con un poco de suerte, salvados por la campana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo creía que a clase se iba con las orejas bien lavadas y los ojos bien abiertos.