29 de noviembre de 2012

El último que sonríe


La casa rebosaba cosas por hacer y el café estaba frío. La máquina de escribir hacía tiempo que se había quedado sin tinta. Los periódicos, tirados por el suelo, parecían de un siglo pasado. Me había despertado aletargado después de un invierno sin muñecos de nieve. Llevaba un buen tiempo posponiendo mi viaje, marcando rutas en el mapa, redefiniendo el Dogma...

Así que me tomé las cosas con tiempo. Desenpolvé mi moleskine dispuesto a desnudarme de nuevo mientras las nubes huían para mostrar un sol que no siempre estuvo allí. Pero no eran nuevas historias lo que necesitaba, sino un nuevo protagonista.

Había muchas cosas de mi vida por contar. El único problema era que no habían sucedido todavía. Oficiando de guionista, modelé un personaje con la arcilla de lo que me hubiera gustado llegar a ser y dejé que fuera él quien contase su propia película. Yo tan solo me limité a prestarle mi cuerpo. Mis manos se convirtieron en sus manos, mis ojos en sus ojos. Y él, a cambio, transformó mi miedo en su valor, mis lágrimas en su sonrisa; mis infranqueables muros, en sus calcetines de diferentes colores y su sonrisa socarrona.

Había llegado la primavera. Afiné mis sentidos, acordé mi banda sonora. Respiré hondo y me puse delante de las cámaras. Pasé las noches entre barras de bar, canciones de los hermanos Gallagher y Jack Daniels. El sentido de la vida se reducía a mejorar un poquito cada día. El amanecer era el final de un capítulo; el atardecer, el principio de otro. Viajé de excursión alrededor de mi mente. Me puse en evidencia a propósito y golpeé mi propio reflejo en el espejo... dicen que el elegido debe primero elegirse a sí mismo.

Por supuesto, no todo salió bien a la primera. Tropecé varias veces con la misma piedra, repasé una a una, mil veces, mis frases y tener que volver a casa con los bolsillos vacíos se hizo habitual. Pero entre toma y toma, sentía que dejaba de ser yo y me iba convirtiendo en el personaje. Y empecé a escribir mi historia. Me hice más fuerte, más rápido, más guapo. Empecé a mirar a la vida con la seguridad de quien sabe que las armas más poderosas de este mundo son un folio en blanco y un bolígrafo. Thomas Tipp was right, people will read again - recordé. La primavera abandonaba aquel día la ciudad.

Es duro cuando piensas en todo el camino que te queda por escribir, pero si caminas palabra a palabra, escena a escena... cada minuto que pasa en la vida se vuelve tu mejor aliado. Y quizá, sólo quizá; un buen día, mientras llueve, mires al cielo tumbado en el césped de un parque y decidas, como hice yo, que nombre le vas a poner a tu personaje.

Por cierto, yo lo llamé Belsierre.

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