19 de enero de 2006

El Coyote

Recientemente estuve en una boda, y lo que fue más interesante, en su banquete. Sin grandes sobresaltos atravesamos los cinco platos (unas veces tanto, otras tan poco) y llegamos al baile. Allí “tocaron” la ya famosa canción de Coyote Dax, “Mi pobre corazón”; aunque no sé si se llama así, pero seguro que sabéis cual digo. Todos los invitados de la boda empezaron instantáneamente a bailar, mejor dicho, a intentarlo; pero a ninguno se le daba medianamente bien. Y fue entonces cuando salí a escena. Hace ya años que salió la cancioncilla, así que he tenido tiempo para aprenderme el baile de sobra. Me lo sé de memoria, tanto que en cuestión de unos cinco segundos, con un puro en una mano y un cubata en la otra, lo estaba bailando. Mi tía (la madrina que siempre deja comentarios) se colocó a mi lado. Disimulaba mientras iba copiando mis pasos de reojo. Alguien, no recuerdo muy bien quién, ocupó el lado contrario e hizo lo propio, también se me copió. Apareció gente no se sabe donde, miraban un momento mis pies y los imitaban, un cuarto de vuelta, miraban otra vez y lo intentaban de nuevo. Cada nuevo individuo que comenzaba a bailar miraba a alguien de al lado y lo imitaba. Todos acabamos siguiendo un patrón que había comenzado tan sólo hace un minuto, estaba claro, aquella gente necesitaba un líder, Bilsy. La verdad es que me gusta ser ese tío, ya sabéis, el que lo baila. Ese que dice "¡Seguidme!". En todo baile del Coyote Dax siempre hay dos tipos de personas: El Coyote (o Los Coyotes) y el resto. El Coyote es aquél individuo que lo sabe bailar y gracias al cual los demás aprenden. No necesita pedir permiso a sus pies, invirtió neuronas y esfuerzo en su día para que ahora hagan el trabajo por él, dispone de algún programa automático que le permite moverse sin prestar atención a cómo. Gracias a ello, puede levantar la cabeza y mirar a su alrededor para descubrir, con alegría, como los demás si miran sus pies, es decir, los pies del Coyote. Durante tres minutos y medio tiene una preciada cualidad que muchos pagarían a precio de oro, la de mover a la gente. El resto de personas sigue los pasos del Coyote . La mayoría simplemente se fija en el de al lado. Y este, a su vez, en el de al lado. Nunca saben quien es el que empezó todo. Tan sólo siguen un baile que les empieza a gustar, o que siempre les gustó pero no supìeron por donde empezar. Hacer crecer el baile, por eso son la pieza más importante del juego y, quizá, algún día, lleguen a ser un nuevo Coyote. Me gusta ser el coyote (ya no hablo sólo de bailar). Y me gusta, además, que no se sepa que soy yo el que mueve el baile. El coyote no es sólo un tío que canta country, es todo aquel heroe anónimo que ayuda a la gente a seguir un buen camino, aunque este sea haciendo un cuadrado en un bar, pero que jamás es reconocido como tal. El Coyote, en su interior más profundo, quizá sin saberlo, anhela el reconocimiento de su empresa, pero sabe, a ciencia cierta, que el anonimato le ofrece muchas más ventajas que el heroísmo. La canción va avanzando para bien o para mal y, si los alumnos son rápidos, El Coyote tiene tiempo de abandonar el baile lentamente, sentarse y observar desde una posición de seguridad a las mismas personas que hasta hace un momento no sabían orientarse. Ese es mi premio.

1 comentario:

Anónimo dijo...

descubre esa cara querido bilsy, deja que deje de imaginar el rostro de cuya boca salen estas palabras, que no son solo palabras.