29 de agosto de 2005

El Yayo

No sé si son sus gritos diarios de las dos y cuarto o los de las dos y media, pero hay algo en ese abuelete que me llama la atención. Todos le llaman El Yayo. Es uno de los ‘chavales’ que frecuentan el bar donde trabajo. A ojo le echo unos setenta tacos, aunque si le preguntáis os dirá que tiene veintidós recién cumplidos. Yo creo que es el cliente más fiel del bar, el que más horas pasa allí, ya sea leyendo el Marca, trincándose un vino o amenazándome: ‘Te voy a matar Andresito. Te sacaré el mondongo. Tienes los días contados. Vas después de aquel de la esquina’. Desde entonces siempre me fijo en ‘ese’ de la esquina. Por si algún día ya no viene. El yayo es más que un cliente, más que alguien que viene a tomarse una copa. Quizá será por eso que siempre abro una botella para servirle a él y otra para servir al resto, se lo ha ganado. Y los demás lo saben, por eso le invitan; no le dejan pagar una sola copa. Es algo así como el jefe del grupo, el modelo a seguir. Se pasa el día deambulando por el bar y siempre se detiene frente a la puerta. Mirando el mundo a través del cristal, sin querer abandonar el refugio que supone el bar. Me lo imagino, cuando el bar está cerrado, vagando solo por las calles como un alma en pena. Triste sin vinos que meterse entre pecho y espalda mientras recita:’Vino tintico, hijo de la cepa tuerta; tu quieres entrar y yo te abro la puerta’. No bebe Pirineos, ni Enate, ni Viñas del Vero. Bebe el vino de la casa tinto, el más barato, demostrando que lo importante no es el vino, sino con quien se toma; y lo bebe del tiempo, demostrando que además entiende de vinos.’Ni puta idea, Andresito, esta gente no tiene ni puta idea de vinos. Para eso mejor les sirves el agua de fregar’, me dice entre toses tabaqueras mientras se deja invitar a otro vino. Todos los días vuelve y todos me enseña algo de la vida e, incluso aquel treinta y uno de diciembre que se cayó de la silla de borracho o cuando intenta no pagarme las pocas copas que le dejan (‘Lo tenía que intentar, compréndeme Andresito’), el Yayo es un símbolo, una razón para levantarme e ir a trabajar por la mañana. Cuando sea mayor quiero parecerme a él. Va por usted, Yayo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la verdad, creo que si él lo leyera le gustaría, es un escrito precioso.