27 de abril de 2005

Lucía no es una chica guay

Cojo el autobús a las dos y diez de la tarde para ir a clase. Me veo obligado a compartirlo con docenas de adolescentes que salen del ‘insti’. Sorprendentemente consigo sentarme. Abro el libro de sonetos de Sabina y me olvido del mundo. Estoy rodeado por chicas de unos diecisiete años con ropa cara, peinados extravagantes y maquillaje que hablan sin perder de vista el móvil. Que si tal chico no me hace caso o que el mayor problema del mundo es que no tengo nada que ponerme esta tarde. Pijas, para que nos entendamos. De buen ver, eso sí. Unos buenos Mitsubishis Pajeros, que diría Llomby siguiendo la calificación de tías buenas basada en coches que una vez inventamos jugando al guiñote. Algún día os la cuento. Las pijas hablan de nosequé fiesta. ¿Y porqué no invitamos a Lucía?, pregunta una. Seguro que quiere venir. ¿Qué Lucía? Entonces le señala una chica sentada unos metros más allá. Lucía tiene peor tipo que las demás, no viste ropa cara ni se maquilla. Mejor. Lleva gafas, unas zapatillas en lugar de las botas de cuero que llevan las demás que, porque no decirlo, parecen de puta, y un libro al que no le quita ojo. Intento adivinar de quién es, ni idea. Vuelvo a fijarme en las otras chicas. ¿Lucía? Como vamos a invitarla, no es una chica guay. Hay que joderse. Ya estamos con lo de siempre. Tanto tienes tanto vales. Mientras tanto Lucía no aparta la vista del libro. Quizá ni siquiera sabe que no es guay, o quizá le de igual. Mejor. Y yo pienso déjate de maquillaje, de plataformas, de móvil y de ¡O, sea! Que bueno que está Beckham y sigue leyendo, por favor. Porque esta tarde necesito creer en algo, y ese algo eres tú. Te has librado de ir a esa fiesta, Lucía. Menos mal.

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