6 de junio de 2009

Aventuras de mi amigo imaginario

Nunca quiso abrir los ojos, y una vez hubo terminado de contar ovejas, supo que no despertaría en la vida. Alguien había especulado un muro a base miradas que separaba el lado del viento del lado del mar, y cobraba, a modo de peaje, una pestaña al remitente por cualquier botella enviada. Por si esto no supusiera una limitación, dentro de cada una de ellas, sólo cabían ciento cuarenta segundos.

Cada uno de sus mensajes luchó bravo contra la corriente antes de caer, como era inevitable, vencido. Siendo transportado en el seno de un riachuelo que traspasaba el muro a través de unos barrotes hasta el otro lado. Barrotes que le recordaron siempre al código de barras que quería tatuarse en la nuca cuando era pequeño. Siempre que los enviaba cruzaba el índice y el corazón de las dos manos por si los de una sola no fueran suficiente.

Sus provisiones de positivismo eran merodeadas frecuentemente por unos lobos con colmillos de marca que no se dignaban en aguantarse la risa cuando le veían y que permanecían, impasibles, a su alrededor. La margarita, que durante tantos cursos le protegió de aguaceros y ahuyentó, cual espantapájaros, a los que por allí pasaron, terminó por desojarse y decirse a sí misma que no. Y el banco que era su hogar, de nuevo desprotegido, volvió a ser el lugar en el que descansaban los sabios después de pasar el día recogiendo hojas del suelo.

La vida, contra lo que habría creído cualquiera, terminó yendo de bien en mejor y aquel que diseñó el trazado de los muros no supo, jamás, que aquella construcción impenetrable le había dado, a su preso, la libertad. Retomó de nuevo su mayor vicio, la creatividad, y mejor cualidad, la sonrisa. Después de ello el color negro de sus pensamientos, caóticamente renacido, comenzó a conjuntar particularmente bien con el cálido marrón de las páginas añejas de su cuaderno de bitácora, abierto de nuevo, y su ejercicio pronto se convirtió en una afición capaz de encender señales de humo; para que aquellos que creyeron que podían atraparle, pensaran que su mundo se estaba quemando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bonito, es más, legen-dario.