8 de noviembre de 2005

Síndrome de Down

Vuelvo a ir en el autobús. Mi compañero Rillo me llevaba hasta hace poco en coche pero ahora va y se hace un esguince en el tobillo. Lo cual me devuelve de nuevo al número cuarenta y dos de los autobuses urbanos de Zaragoza. Había olvidado ya la sensación de agobio, los empujones y la compresión del transporte público. Quizá por eso hoy he sido más rápido en sentarme que otras veces. Mi vida iba en ello. Y ahí estas tú, con tu mochila y tu carpeta de la asociación de discapacitados. Viniendo de clase, supongo. Ignorando gran parte del mundo que se hunde a tu alrededor. La gente te mira, parece que te tengan pena; yo, por el contrario, te tengo envidia. Me gustaría poder hacer como tú y abstraerme de toda la injusticia e imbecilidad que nos rodea, colega, olvidarme del mundo. Me gustaría levantarme cada día sonriendo sin saber porqué estar triste, pero no puedo. Y te tengo envidia por eso, porque tú si sonríes, que no es poco. El autobús se acerca poco a poco a la escuela de ingenieros. Antes de eso te habré perdido de vista. Es curioso como creo encontrar siempre a las mejores personas en el autobús, como si las calles nos convirtieran a todos en unos hijos de puta, que ya puede ser. Espero que no pierdas la sonrisa al bajar y espero, también, no perderla yo cuando te bajes. Creo, después de todo, que ha valido la pena apretarme de nuevo en el bus para conocerte, chaval. Espero encontrarte de nuevo algún otro día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que buenos sentimientos, tienes un grán corazón, todos deberíamos pensar más en nuestros semejantes.