15 de abril de 2005

Un buen día

Todavía hoy me sigo partiendo de risa, mis fieles escuderos. Y es que hay que ver las vueltas que da la vida. Os pongo en situación. Las clases del jueves empiezan con dos mortíferas horas de la profesora Ana Fernández. Ana es una mujer bajita, con gafas y de aproximadamente metro y medio de diámetro. Es una de esas personas que alimenta el mito de la profesora sargento. Qué digo alimenta, es socia fundadora. Y es que cuando estás en sus clases te sientes dentro de un episodio de historias de la puta mili. Ella entra con su bata blanca y deja sus folios en la mesa. ¡Se sienten coño!, os suena de algo ¿verdad? Le falta el tricornio. Se pone a escribir en la pizarra. La llena entera, la borra y vuelve a escribir. Sin decir palabra a veces. Hay quién es rápido por naturaleza, ya sabéis que yo no mucho, y puede copiarlo todo. El resto simplemente nos jodemos. A lo que voy. Ana llegaba como cada jueves a ‘darnos clase’ a las tres, primera hora de la tarde. Y resulta que a algún listo, con acento en la ese, de los telecos de por la mañana se le ocurrió sacar la puerta y dejarla apoyada en la pared. De premio Nóbel, vaya. Los de la tarde llegamos después y entramos sin reparar en la puerta más que para hacer algún chiste del tipo esto ha sido alguno que le han dicho coge la puerta y vete. Typical gracia de Belsierre, of course. Y la gente se colocó en sus sitios. Quiero decir… se sentaron. Siempre pensando mal ¿Eh? Es que tengo que explicarlo todo. En fin. Que nadie puso la puerta en su sitio. Ana entró la última. Y quiso cerrar la puerta con tan mala suerte que le pegó en la cabeza. Vaya hombre, si lo llego a saber le pongo un remolque. Los más optimistas creyeron que se volvería humana. Lejos de ello, se enfadó y dijo que ese día no daba clase. Los empollones se llevaban las manos a la cabeza mientras el fondo oeste de la clase se fundía en una piña de abrazos, risas y festejos. Y uno, o sea yo, pensando que por fin hacen algo bien los de por la mañana; aparte de olvidarse cosas en los pupitres, claro. Hoy martes también teníamos clase con ella. Pero ha venido y ha dicho que le dolía aún la cabeza, que no sabría cuando podría dar clase y que estaba en observación. Pero como no te voy a observar, hija mía, si te tengo en todas mis pesadillas.

2 comentarios:

Lino Solís de Ovando G. dijo...

Hola. Te escribo desde Chile. Entré a tu sitio por las postulaciones al premio de los mejores blogs del diario 20 minutos.es. Me parece muy interesante lo que escribes, y creo que te sumaré a la pronta de lista de blogs preferidos que quiero tener en mi blog, gomademascar.blogspot.com, que es una columna literaria en capítulos, que narra la vida íntima de un gum taster, un catador de chicles. Ojalá sea de tu agrado, y te sigo leyendo.

Unknown dijo...

Malditos profesores sin vocación, el fracaso en los estudios es culpa de ELLOS.